El hombre terriblemente invisible
Grita.
Pide
una moneda.
Se acuesta en el piso gris y recién
trapeado; está embebido por el alcohol que lo salva del delirium tremens. Habla
apenas, balbucea. Todos lo esquivan con la mirada o lo traspasan con la misma;
algunos con indiferencia, otros con auténtico desprecio. A través de su cuerpo
observan alguna esquina. Todos se afianzan a su suerte. La agarran firmemente
como una cuerda que los guía (siempre la confunden tercamente con el fruto de sus
acciones). “Querer es poder”, un hombre trajeado susurra entornando los ojos.
El metro anuncia que las puertas se
cerrarán y entonces tropieza. Su cabeza queda en medio de los bordes engomados
y sucios que avanzan rápidamente hacia su cuello y lo prensan. El tren comienza
a avanzar lentamente con aquel chirrido característico, la velocidad aumenta y
la sangre invisible baña a la gente aglutinada.
El
silencio perpetuo continúa.
Intenta sonreír y
mostrar los dientes, pero es tanta la sangre que ya no se distingue nada. De
pronto ésta se revuelve en el piso, quedando un remedo de océano, tan agitado
que a lo lejos se alcanza a ver un tsunami. Sus ojos a punto de salir de sus
órbitas escudriñan hasta debajo de las suelas para destruir desesperadamente ese
silencio, buscando como siempre a alguien que por lo menos le mire:
-
¿Creen en Dios?
-
Nadie responde
-
Sí... ustedes creen en
Dios…
El tren abre sus puertas en la estación y él camina hacia la salida tambaleándose.
💕
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