El hombre terriblemente invisible

 Grita.

Pide una moneda.

Se acuesta en el piso gris y recién trapeado; está embebido por el alcohol que lo salva del delirium tremens. Habla apenas, balbucea. Todos lo esquivan con la mirada o lo traspasan con la misma; algunos con indiferencia, otros con auténtico desprecio. A través de su cuerpo observan alguna esquina. Todos se afianzan a su suerte. La agarran firmemente como una cuerda que los guía (siempre la confunden tercamente con el fruto de sus acciones). “Querer es poder”, un hombre trajeado susurra entornando los ojos.

El metro anuncia que las puertas se cerrarán y entonces tropieza. Su cabeza queda en medio de los bordes engomados y sucios que avanzan rápidamente hacia su cuello y lo prensan. El tren comienza a avanzar lentamente con aquel chirrido característico, la velocidad aumenta y la sangre invisible baña a la gente aglutinada.

El silencio perpetuo continúa.

Intenta sonreír y mostrar los dientes, pero es tanta la sangre que ya no se distingue nada. De pronto ésta se revuelve en el piso, quedando un remedo de océano, tan agitado que a lo lejos se alcanza a ver un tsunami. Sus ojos a punto de salir de sus órbitas escudriñan hasta debajo de las suelas para destruir desesperadamente ese silencio, buscando como siempre a alguien que por lo menos le mire:

-         ¿Creen en Dios?

-         Nadie responde

-         Sí... ustedes creen en Dios…

El tren abre sus puertas en la estación y él camina hacia la salida tambaleándose.

                                        MaxPhotoArt / Depositphotos.com

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Anécdota # 27

“Escribir” Charles Juliet

Reivindicación Corporal