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Anécdota # 27

Estaba obscuro y sólo podía distinguir el brillo de la carcasa del animal sobre mí. Se movía ondulante entre mis piernas y yo ya no sabía dónde terminaba mi cuerpo ni dónde comenzaba mi mente.   El calor reinante casi crea un incendio en la casa. Era como una respiración contenida, un vaho asfixiante que desembocaba en gemidos a boca abierta; alquimia que a partir de fluidos crea fuego. Ese animal era un brujo; su saliva recorría mi cuerpo y se asentaba en mi boca. Mi saliva era la suya. Durante unos momentos ambos nos convertimos en un solo animal que portaba un aguijón, brillando como el charol, listo para inyectar su veneno, a la defensiva; tensos como un corazón a punto de estallar. Él me miraba con placer y malicia. Me habló en mi lengua pero con un lenguaje que no entendí. Yo era sólo un cuerpo con la conciencia viajando a otra parte. Un recipiente acuerpado. A veces, cuando volvía en mí, asomándome entre las convulsiones de placer y lo veía, me encontraba frente a